UNA MODIFICACION introducida en el presupuesto 2015 referida al Simce ha generado polémica. Esta se ha centrado en el procedimiento; se ha dado a entender que no hubo opción de advertirla. Lo cierto es que la discusión sobre la materia fue permanente durante todo el trámite presupuestario. Más aún, el texto estuvo disponible para todos los senadores durante los días que se votó y fue leído a viva voz en la Cámara de Diputados.

Con todo, lo importante es que se ha abierto una reflexión imprescindible sobre el concepto de educación y calidad. Difícilmente vamos a hacer una transformación estructural si en la sociedad no hay un debate cultural y global sobre ello. Es el complemento imprescindible a los otros ejes de la reforma, como son el fin del mercado, con el término del lucro, la selección y el copago, y la construcción de una nueva educación pública.

Cuando en Finlandia decidieron modificar su sistema educativo se preguntaron qué era más importante: los niños o los conocimientos. Optaron por los niños y construyeron un programa de contenidos y una forma metodológica con esa perspectiva, para desarrollar lo cognitivo y su personalidad.

En nuestro caso, como indican muchos especialistas, el Simce produjo en los últimos años una profunda distorsión. Se ha confundido el objetivo con un instrumento de medición. Se ha reducido calidad a Simce.

Este instrumento analiza una parte importante, pero muy parcial del proceso educativo y excluye muchas otras, como el desarrollo afectivo, valórico y social. No permite conocer la forma en que un niño o joven integra esas dimensiones y va construyendo su personalidad.

Una consecuencia es que los colegios restringen el currículo, priorizando los contenidos que se evalúan. Incluso algunos han agregado horas de preparación especializada, descuidando -e incluso eliminando- áreas como arte y cultura. Minimiza, asimismo, el rol del maestro, que se ve limitado a reforzar las materias del test y el uso de metodologías más eficaces para obtener buenos resultados.

Se transformó en una camisa de fuerza para desplegar todas las capacidades que tienen nuestros profesores, alumnos y el sistema para educar, desarrollarse y aprender.

Muchos países tienen estas evaluaciones pero con otro carácter. No siempre son masivas, sino muestrales. No siempre son periódicas, sino ocasionales -por ejemplo, frente a cambios curriculares-. Y sobre todo, excepcionalmente sus resultados son públicos.

Ello no es antojadizo ni una falta de transparencia, sino una consecuencia de su finalidad esencial, esto es, el mejoramiento pedagógico. Tal como se propone en la indicación, apoderados y establecimientos sí conocerán los resultados, pero para tener un diagnóstico y ver cómo mejorar. El énfasis comparativo es una distorsión propia del sistema de mercado y competencia que, como dice el programa de Michelle Bachelet, debemos superar porque ha empobrecido el concepto de calidad y educación.

Publicada en La Tercera. 08/12/2014


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